La muerte, para los hijos de Dios, es el tránsito de un estado de vida a otro.
No es un final, sino un comienzo. Jesús solía decir que quienes han muerto, “duermen”, dando a entender la naturaleza de descanso de ese estado.
San Pablo escribió: “Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él. Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en
A pesar del dolor de toda separación y la tristeza que nos produce despedir a alguien amado, tenemos esperanza en Dios, quien nos guía más allá de la muerte.
“Porque este Dios es Dios nuestro eternamente y para siempre; Él nos guiará aun más allá de la muerte.”, Salmo 48.14
Decir, meramente, que murió un hombre, no expresa nuestro sentir.
Porque, un “hombre” podría referirse a un ser de sexo masculino o a una persona, calificando su integridad y valía, su ejemplo de vida.
Pero, el doctor Raúl Ricardo Alfonsín fue un hombre con todas las letras, ejemplo y figura insigne de nuestra patria. Hablar de él nos llevaría muchas páginas; solo basta decir que fue un hombre íntegro, comprometido con la libertad y con su pueblo, más allá de sus defectos y virtudes.
Decimos que, porque duerme, no ha muerto, descansa.
Lo vamos a extrañar pero, sabiendo que nos volveremos a encontrar decimos: “Hasta pronto, Señor Presidente”.
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